Tras dos meses de merecido descanso, la compañía del León y el Cocodrilo volvía a ponerse en marcha desde la bulliciosa urbe de Lóvaraz. Esta vez los únicos miembros en ponerse en camino eran Amanthos, el mago-montaraz, Tawizu, la guerrera úmira azul, y el leal explorador Tamnus. Eso sí, acompañados de una tropa de treinta hombres, mitad úmiras azules de las tribus del sur y mitad bandidos reformados. Por ir tranquilos por los caminos.
Tras vagabundear un poco, se dirigieron al árbol de las respuestas y le preguntaron dónde estaba la mazmorra con más tesoro a tres días de camino, a lo que el árbol respondió con un acertijo que parecía conducir a unas colinas supuestamente malditas al norte del caravasar Los salones de la montaña. Sin malgastar un momento pusieron camino hacia allí.
Así, pero menos épico. |
Con esta información y con mucho cuidado, los tres alguaciles y un par de úmiras se internaron en el interior para hallar una sala con estatuas de sabuesos de basalto negro que, como ya ocurriera antes, se animaron para atacarlos. Por suerte lograron acabar con las cinco criaturas antes de que hubiera problemas mayores, pero, preocupados por lo desproporcionado que parecía ser el desafío, volvieron al caravasar a prepararse y buscar ayuda. Fue allí donde encontraron a Balbina, una clériga algo regordeta y pesada, que estaba dispuesta a acompañarlos a purgar el mundo del mal.
En esta ocasión la sala no estaba ocupada por los perros, sino por un pequeño grupo de guerreros que parecían estar poseídos por los demonios y luchaban con armas antiguas. Dieron cuenta de ellos y comenzaron a explorar el lugar, cayendo en una trampa que llenó una habitación anexa de llamas y a la que sobrevivieron milagrosamente.
Tras esto se introdujeron más en la mazmorra y encontraron una sala en la que había un pedestal con dos huecos octogonales y una puerta que conducía más abajo con una gran losa de piedra encima, al parecer, lista para deslizarse y descender en cualquier momento.
Con la ayuda de su tropa apuntalaron la piedra con troncos y Amanthos terminó de reforzarlo con su hechizo de Pelo. Solo entonces atravesaron el umbral y bajaron las escaleras para descubrir otra sala en la que había dos gigantescas estatuas de piedra bloqueando sendas puertas a sus espaldas. Y cada una tenía colgado de la espinilla una especie de medallón con la forma octogonal justa para caber en el pedestal más atrás.
Primero probaron a girar las dos llaves a la vez: se escuchó un sonido de piedra deslizándose desde la sala de las estatuas, pero no ocurrió nada más, de modo que Amanthos y Tawizu decidieron dejar atrás a Tamnus y Balbina y bajar a la sala. A una orden suya, los dos aliados giraron las dos llaves al mismo tiempo.
Y de fondo solo se oye la risa maníaca del director. |
Las estatuas, viendo que ya no había intrusos a los que combatir, volvieron a su posición inicial, dejando encerrados a los dos aventureros en unas escaleras que descendían.
Haciendo de tripas corazón y dispuestos a convertir este inconveniente en una oportunidad, siguieron escaleras abajo hasta llegar a una sala en la que había una gran roca cubierta de piedras preciosas. Amanthos se acercó a ella prudencialmente detecando magia, pero cuando detecó que era un constructo, ya era demasiado tarde. La criatura ya había sacado sus patas y pinzas de crustáceo y su fuerza era temible.
Tawizu logró beberse una poción de forma gaseosa a tiempo y escapar en forma de Neblina, pero Amanthos no tuvo esa suerte: vapuleado por el cangrejo, tuvo que gritar desde detrás de la estatua para que volvieran a animarlas y así poder escapar cuando se moviera, casi llevándose una descomunal patada en el trasero en el proceso.
Sintiendo que todo lo que habían visto les superaba y seguro de que era una trampa para liberar a los demonios de todas formas, recogieron sus cosas y decidieron probar suerte en otra parte. No siempre se puede ganar.
Gracias por leerme. Valmar Cerenor!
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Ah, y he aquí un mensaje del Gran Maestre de la Orden del Hacha Naranja:
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Qué mazmorra... qué mazmorra
ResponderEliminar(mientras se balancea agarrándose las rodillas)