Las murallas de Torres, a orillas del Fridagua, se alzan imponentes, cerrando el paso a casi cualquier ser que se acerque a ellas. Sus habitantes, situados demasiado al este, temen cualquier cosa que pueda amenazar sus vidas y sus haberes. Muchas historias se cuentan sobre estos muros altísimos que incluso las sierpes temen...
Estas son de Ávila. Las de Torres son más grandes y grises.
Se cuenta que los hombres no pudieron alzar esas monumentales murallas solos, por lo que recibieron ayuda de Dios misericordioso para defender la empresa evangélica de las buenas gentes de Ablaneda contra monstruos, duendes y especialmente la malignidad de Melqhor, el más taimado de los siervos del maligno. Dícese que en el albor del Condado, cuando la gente de Torres luchaba contra el mal sin dar un paso atrás, cuando todo estaba perdido, los ángeles descendieron y les salvaron y en siete días y siete noches alzaron los enormes muros. Otros, en cambio, dicen que fue obra del maligno y una trampa en la que los torreínos cayeron...
Otros afirman que las murallas ya se hallaban largo atrás construidas cuando el primer humano puso el pie en Ablaneda y que no son sino otra de las muchas obras de los mouros dejaron atrás en la superficie cuando huyeron a las profundidades de la tierra. Si es o no cierto esto, yo no lo sé; pero he oído de boca de un viejo rondero que viajó hasta los Picos del Diablo que allí hallaron una ciudad de idénticas murallas y no se atrevió a contarme más...
Una oscura leyenda dice que sí fueron los hombres de Torres las que las alzaron pagando un caro precio: para que la impensable estructura se sostuviese, cada familia tuvo que dar su primogénito durante tres generaciones. Con la sangre de los niños se mezcló el mortero y ahora los muros son inderrumbables. No creo que esto sea cierto, pero es sabido que las familias que habitan los arrabales de torres, expuestos a los ataques de las criaturas, afirman que sus antepasados no se dignaron a sacrificar a sus pequeños y por eso se hallan hoy así.
Otros te dirán que son un truco de los duendes, un engaño que las hace parecer mayores y con el que se divierten por algún motivo. Otros, que en realidad las murallas están vivas y crecen y sus habitantes solo se dedican a podarlas. Pero si quieres saber lo que yo pienso es que fueron obra de hombres ingeniosos y que si sus descendientes no aprenden a cuidarlas, será fácil que se derrumben en el peor momento.
Gracias por leerme. Valmar Cerenor!
Me gusta. Muy evocador.
ResponderEliminarEfectivamente, muy en la línea de Ablaneda, "sugerir no revelar".
ResponderEliminarMe alegra que os mole.
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