Internándose entre los densos palmerales y cañizos que la rodeaban saltaron por sorpresa sobre unos guardias y observaron de cerca el lugar: rodeado por un foso y una muralla de madera con seis torres, no era de extrañar que el intento de tomarla por parte de las tropas avarnas hubiera fracasado.
A fin de tratar de dificultar sus suministros, buscaron de nuevo un caserío cercano y masacraron a las hembras y crías. Pero el sol ya caía cuando vieron que se acercaban orcos de la ciudadela, retornando a su hogar. La batalla fue inevitable pero encarnizada y, aunque se saldó con la victoria de los alguaciles y la muerte de uno de los brujos orcos, tanto el soldado Lucán como el hidromante Osuin hallaron la muerte en la refriega.
Decididos entonces a hacer caer esa plaza fuerte del Caos, los alguaciles se pusieron en contacto con aliados en las fortificaciones cercanas y dedicaron dos meses a atraer mercenarios y construir una catapulta con la que asegurarse la victoria.
Así, bajo el ya aplacado sol de noviembre, se reunieron con sus aliados de las Tres Atalayas y el Fuerte Rocagrata y se dispusieron a poner cerco a la Colina de la garra.
En primer lugar tuvieron cuidado de dejar mercenarios en emboscada en los caminos del este para evitar que llegasen grandes refuerzos en ayuda de los sitiados, lo que había sido la perdición de la primera intentona: los campamentos osgos a orillas del Salúhn les habían prestado auxilio.
Tras esto, situaron su campamento al otro lado del río que llenaba los fosos de la ciudadela, alejados del fuego de sus arqueros, y en esas asperas colinas situaron su catapulta. Apenas habían tenido tiempo de decidir el lugar cuando los orcos llevaron a cabo una primera espolonada para medir las fuerzas que los atacaban. Y en esta liza los asediantes demostraron ser lo bastante numerosos y dispuestos como para resistir, instalarse firmemente y fortificar su posición.
En los días siguientes, los orcos tampoco estuvieron ociosos: para evitar que la catapulta destruyera sus toerres y murallas trataron de asaltarla de noche (al tener que estar aislada del campamento para poder disparar), pero Gurni, el ingeniero enano que se había unido a la compañía, y sus hombres la defendieron bizarramente.
Al día siguiente, mientras trataban de crear un dique en el rivezuelo a fin de drenar los fosos, los orcos liberaron cocodrilos embrujados sobre ellos, pero los alguaciles también supieron salvar este peligro dando muerte a las bestias. Pero además, cuando acudía en su ayuda desde el campamento, Gundric, el montaraz, y sus hombres pudieron ver la figura encapuchada que los había seguido cuando saquearon una villa de cultistas del caos, desafiándolos sobre su caballo magro. No obstante, oliéndose una trampa, prefirieron ignorarlo.
Al fin al cuarto día llegaron las tropas osgas del Escarabajo Rojo, muy diezmadas por el acoso de las guerrillas avarnas. Pero esta no era la mayor de sus preocupaciones: del oeste llegó otra tropa de osgos, portanto estandartes distintos y acompañados de una horda de zombis hambrientos liderados por el mismo jinete encapuchado.
Ambos bandos se enfrentaron en las colinas, sumidos en una confusa melé: tras la primera hora de combate allá donde se mirara no se veían líneas claras, sino un maremagnum de sangrientos combates individuales. La magia del hechicero hacía estragos, encantando a los enemigos para darles un hambre voraz o una risa incontrolable. Vikarus, el ladrón, corría de un lado al otro del campo de batalla tratando de apuñalar a gente, pero recibiendo bastantes palizas y siendo perseguido por el último superviviente de una compañía de jinetes gnols en su avestruz de Guerra. Averagus el mago clérigo mantenía el frente entre las cañadas mientras gurni y gundri defendían la empalizada del campamento luchando mano a mano contra los líderes osgos y el encapuchado.
En cierto momento este encapuchado alzó un objeto brillante y disparó a Gundric con su extraña arma explosiva, pero el montaraz devolvió el tiro, haciendo que se dispersara en una nube de vapor verde dejando tras de sí solo un espejo y su arma. Pero los zombis, ahora descontrolados, empezaron a atacar indistintamente a ambos bandos, devorándolos con ansia hasta que fueron destruidos.
Finalmente ambos ejércidos quedaron reducidos a sendas bandas de una docena de hombres. Así formaron una última línea para chocar, con los osgos buscando venganza por la muerte de sus familias [meses atrás. Pero la carnicería duró poco y al fin los alguaciles y los soldados de avarnia se alzaron victoriosos. ¡La Colina de la Garra volvía a las manos de los fieles de la Ley!
Un día negro para la justicia del duque y sus tierras. Así Légobar, el juglar más rápido de Avarnia Meridional, se apresura a consignarlo en verso vulgar. Muchas gracias por leerme. Para más info sobre Avarnia Meridional consultad el índice de entradas. Valmar Cerenor!
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Ah, y he aquí un mensaje del Gran Maestre de la Orden del Hacha Naranja:
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